La cuestión de la provisión de alimentos a escala mundial con una población en constante crecimiento y con recursos naturales escasos y degradables, es una preocupación creciente de académicos e instituciones.
Un trabajo del Fondo de Desarrollo de Noruega titulado “Un futuro alimentario viable” (2011) se pregunta:
¿Qué tipo de producción alimenticia puede,
- reducir drásticamente la pobreza,
- neutralizar el cambio climático y refrescar el planeta,
- restaurar la biodiversidad, la fertilidad de los suelos y las fuentes de agua,
- mejorar la calidad de vida y darle empleo a miles de millones de personas,
- producir suficiente comida buena y nutritiva para más de 9 mil millones de habitantes?
Concluyen que es la agricultura ecológica, lo que en nuestro medio se ha difundido como agroecología, que entienden y definen como una multiplicidad de sistemas agrícolas diversos, desarrollados en ecosistemas variados a lo largo de milenios, demostrando una capacidad enorme de adaptarse a situaciones cambiantes. Les asignan asimismo, la habilidad de incorporar conocimientos científicos a sus prácticas ancestrales.
Esto es para nosotros la Agricultura Familiar (AF), un tipo de producción donde la unidad doméstica y la unidad productiva están físicamente integradas, y la familia aporta la fracción predominante de la fuerza de trabajo. El concepto engloba una diversidad de actores como son los huerteros, los granjeros, ganaderos, apicultores, pequeños agricultores, también la agricultura campesina y de los pueblos originarios.
Este colectivo representa en el mundo el 70 % de los alimentos producidos, y en nuestro país, si bien no disponemos de mucha información agregada, datos avalados por la Secretaría de Agricultura Familiar del Ministerio de Agroindustria (2016), muestran que más del 75 % de los productores argentinos son familiares y a pesar de controlar una fracción de tierra muy pequeña, aportan más del 80 % de los alimentos que consumimos.
La AF es cultural e históricamente relevante en el agro pampeano, remite a formas de producción, pero también a estilos de vida que es necesario resguardar. Justamente la dualidad familia-explotación otorga flexibilidad y permite sortear condiciones adversas. Para este sector el aumento de la producción es evidentemente relevante, pero no es suficiente.
Sin embargo, en las últimas décadas, la AF experimenta serios problemas y se ve amenazada por la difusión de un modelo concentrador y que ha determinado que desaparezcan un gran número de explotaciones de pequeña escala que son en su mayoría de base familiar.
Si bien existen esfuerzos aislados y se han generado nuevas instancias de institucionalidad en torno a la AF, por diversas razones no se reconoce la existencia de una diversidad de productores y de formas de producir en el agro y en la mayoría de los casos la Universidades dedican el grueso de sus recursos tanto en docencia como en investigación y extensión, a seguir profundizando el modelo de la llamada agricultura industrial.
La pequeña producción en todo caso, es visualizada como resabio del pasado, tradicionalista y atrasada, a la que deberían suministrársele las condiciones para que se modernice y reproduzca aquel modelo en menor escala.
Respecto concretamente a la extensión, desde hace algunos años la UNICEN viene propiciando un verdadero diálogo y articulación entre la Universidad, los productores y sus organizaciones, y los consumidores. Es a partir de nuestros Proyectos de Extensión llevados adelante desde 2012 que hemos podido detectar lo que entendemos son los principales problemas de las AF en la región.
Estos se centran principalmente en dos: La necesidad de visibilización y puesta en valor de sus productos y la construcción de un consumidor responsable y consciente de qué es lo que demanda cuando compra alimentos. En esto las herramientas de la Economía Social y Solidaria resultan muy útiles.
Y por otro lado, la necesidad de resolver las limitantes en la comercialización, relacionadas con la certificación de calidad e inocuidad de los productos. La legislación vigente, básicamente el Código Alimentario Argentino y el Decreto 248/68 de SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) sobre alimentos cárnicos han sido diseñados para la escala industrial y no contemplan las especificidades de la AF.
Afortunadamente, ambos están siendo revisados por la SENAF que es la Comisión que ha armado el SENASA para establecer una nueva reglamentación y en la que tienen participación todos los organismos estatales que tienen injerencia en alimentos, las organizaciones de productores y las Universidades. Ya se ha logrado incorporar al menos un nuevo capítulo al Código Alimentario Argentino, dedicado a la producción familiar.
En este contexto, los ámbitos educativos no pueden estar ajenos; se hace indispensable un compromiso activo de la universidad pública con otras instituciones del Estado y la sociedad civil. Se propone la construcción de un conocimiento científico que se articule con las prácticas extensionistas y por lo tanto, devenga de la interrelación con las experiencias presentes en el territorio. Se deben dar respuestas a los problemas identificados en conjunto con los propios actores involucrados. Resulta indispensable asumir un nuevo compromiso, incorporando esa problemática como objeto de investigación y generar conocimiento apropiado tendiente a aportar soluciones.