Estilo de vida UNICEN

Restituir humanidad, una disputa en el campo de la cultura

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La cárcel es un lugar absolutamente deprimente. Si alguien quiere imaginársela, debería poder componer un espacio y un tiempo sin lugar para sentirse humano, un lugar donde los condicionantes y las determinaciones externas son tales, que se pierde la humanidad.

El arte entonces, se cuela por las ranuras, por los intersticios, por las rendijas. En la cárcel el arte se encuentra agazapado en un encuentro con la música, con un lápiz que dibuja por ahí, en las canciones entonadas en encuentros religiosos, en estridentes sonidos que se escuchan desde los pabellones. El movimiento del cuerpo ya está más acotado, más limitado, más atado. Hay muchos y muchas que, de un modo u otro, se las arreglan para poder acudir a los diferentes lenguajes que permiten expresarnos: la poesía, la prosa, la imagen, la música. Y para muchísimos, es algo extraviado, negado, desconocido. El cine, el teatro, la pintura, la escultura, la poesía, la narración entre muchas otras expresiones no tuvieron espacio, son negadas desde la cuna, jamás descubierta, pensada para otros. “Parece que el arte no es para los pobres”, decía en una visita a Olavarría César González (2015), en un conversatorio con detenidos en la Unidad Penal Nº38. Y la cárcel está llena de personas que antes de estar presas, fueron y son pobres; que llegan a escolarizarse porque están presos, que alcanzan ese derecho humano solo porque están presos.

Pensar en una propuesta desde la Universidad para las unidades penitenciarias de la zona centro de la Provincia de Buenos Aires que tome como eje el arte implicó imaginar de qué modo producir el encuentro entre los que habitan esos “infiernos en la tierra” con la cultura. La cultura entendida en términos amplios, en sus múltiples expresiones y, por tanto, con la condición humana por excelencia, eso que nos hace mujeres y hombres. El acceso y disfrute a la cultura es un derecho humano que como sociedad y como institución estatal asumimos con convicción y decisión, y en particular, el acceso, producción y uso de los diferentes lenguajes artísticos.

La idea de un Centro Cultural Itinerante desafía múltiples obstáculos y crea nuevos sentidos. Obstáculos que se relacionan no solo con la condición de encierro. En un radio de 300 Km la UNICEN se ve convocada a realizar tareas destinadas a personas detenidas en nueve unidades penales. La amplitud y extensión del territorio así como el número de cárceles da cuenta de un primer obstáculo: de qué modo llegar a estos múltiples espacios, cómo atender una necesidad de acceso a bienes culturales, a producir y disfrutar la cultura en tan diversos y distantes escenarios.
Un CENTRO CULTURAL sin paredes, que como buena paradoja en un contexto de encierro, se arma y se desarma cuando los artistas están reunidos y se desvanece cuando se retiran a seguir con sus vidas –dentro y fuera de la cárcel-. Y allí, la idea de ITINERANTE, viene a cubrir la posibilidad de alcanzar a múltiples grupos, con diferentes propuestas, en las diferentes unidades penitenciarias, cada una con sus particularidades, cada una con un arco de desafíos y de oportunidades.

El acto de nombrar: Centro Cultural Itinerante “El musguito”

El CCI nace en el marco del Programa Universidad en la cárcel: desde la resistencia cultural. Esa segunda parte “la resistencia cultural” es uno de los sentidos que esta tarea asume desde el inicio, nos interpela, nos desafía.
La cultura es un campo de lucha y desde ahí elegimos presentar batalla. Batalla como táctica tal como nos enseña De Certau (2000), como diseño desde el lugar de la lucha desigual, con las armas del enemigo. Una resistencia que se construye desde la apropiación de la palabra, de la risa, del color, de la magia. Y en esa apropiación se invisten los sujetos en más humanos, recuperando algún aspecto de su propia subjetividad, de sus vínculos, sus sentidos, su nombre de pila, sus deseos, su imaginación.

Por eso, en la búsqueda de nombre, en la necesidad de nombrar, en este acto en el que se instituye socialmente a una creación que en este caso es necesaria y felizmente colectiva, se impone elegir uno que dé cuenta a la comunidad lo que este centro cultural pretende, proyecta, diseña y lleva adelante con cada una de sus acciones.

Este centro cultural, va brotando, brotando, como el musguito en la piedra, un musguito que se sostiene, aunque la piedra no sea un terreno fértil, ahí está y se mantiene, sin que la inclemencia lo desanime. Un musguito que se multiplica en cada taller, en cada presentación, en cada espacio en que se abre una ventana y entra una ráfaga de fresca magia colorida de energía, música, baile, poesía, imágenes, y todo lo que se pueda inventar en las cotidianas actividades de resistencia al tedio, al dolor, al enojo, a la tristeza, entre tantos males.

A lo largo de los tres años que viene desarrollando sus actividades, el Centro Cultural Itinerante cuenta con talleres de teatro, de radio, de yoga y agroterapia, un ciclo de cine debate, un festival de cortos propio, jornadas y festivales artísticos, talleres y charlas, muestras y exposiciones que transitan por diferentes unidades penales. Se han podido concretar y dar a conocer producciones artísticas de estudiantes detenidos, un cd de rap y un libro de poesías, así como hacer escuchar su voz a través de un programa de radio que sale al aire por la radio de la universidad y dos boletines (gráficos) que se distribuyen mano en mano y se publican en la web.

En esos encuentros, algunos prolongados en el tiempo, otros ocasionales, la palabra y los afectos circulan ocupando los intersticios en los que se construyen sentires y decires de sus protagonistas y en los que el nombre propio emerge en primera persona.

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Sobre el Autor

Analía Umpierrez

Analía Umpierrez

Coordinadora Programa Universidad en la Cárcel